Compartir
TV Basura

Por Ignacio Kokaly

Durante la Edad Media, la vergüenza pública era uno de los castigos más frecuentes, donde el reo era esposado y sometido al escarnio popular. En esencia, se le dejaba de punto fijo en alguna avenida principal o se le paseaba por toda la ciudad para que toda la gente pudiera ver el rostro de quien, a juicio de magistrados, era el responsable de terribles males para la vida en sociedad.

Sin embargo, eran los plebeyos los más propensos a ser sometidos a la burla y el desprecio. Sería muy extraño, si no acaso imposible, ver cómo el rey o algún miembro de la nobleza se paseaba engrillado entre las risas de los pobladores.

A mediados de esta semana, nuestra sociedad actual tuvo su último caso de vergüenza pública, cuando el aviso de un recinto habitado principalmente por personas de nacionalidad haitiana con un brote de Covid-19 encendió las alarmas en las salas de prensa en los canales de televisión más importantes.

Rápidamente, todo el país pudo apreciar los rostros de los haitianos que habitaban el cité en Quilicura. Las cámaras como grilletes, crueles directrices editoriales como jueces, y una treintena de inmigrantes cuyo único delito fue el ser pobres, confluyeron para crear el macabro espectáculo; porque en seguida vimos el primer plano, casi en cadena nacional, de Jean Pierre negando tener Coronavirus, a pesar de que la municipalidad había dictaminado que sí, pero tuvimos que esperar mucho más para conocer, solo gracias a la prensa independiente, los nombres de los empresarios José Manuel Urenda y Cristóbal Kaufmann, que hace unas semanas violaron la cuarentena para, solo por capricho, volar en helicóptero a Cachagua/Zapallar.

A fin de cuentas, los mecanismos de criminalización a las clases sociales más bajas no han cambiado del todo, sino que se han reconfigurado en favor de quienes detentan el poder tanto político como económico.

Es esa brecha de dinero en una cuenta (nacional o extranjera) la que acabó por determinar la crucial diferencia entre los 6 canales de TV cubriendo los 33 casos de haitianos con Coronavirus hacinados en un roñoso cité de Quilicura y los 31 casos confirmados con la enfermedad en el prestigioso colegio capitalino Saint George, donde no hubo ni cámaras ni fisgones.

Porque cuando las cámaras y los micrófonos fueron desplegados por las estaciones de televisión para cubrir los focos de contagio por Covid-19, no lo hicieron frente a las caras de las personas provenientes de familias más acomodadas y con más recursos para defenderse, sino frente a los más desprotegidos y vulnerables de esta sociedad.

Por el momento, no tendría lógica detenerse a dirimir y hacer juicios morales sobre la actitud los haitianos aludidos, especialmente después que su imagen quedó retratada en la mayoría de los fotogramas televisivos, sino analizar el comportamiento de la prensa en este tópico.

En Chile, la mayoría de los canales sobreviven solo gracias a los ingresos por publicidad. Los anunciantes deciden a qué medios destinar su dinero y a cuáles dejar en el olvido. A esta situación de las emisoras televisivas hay que sumarle la denominada “crisis de los medios”, que tiene a buena parte de las señales percibiendo números rojos o muy modestas ganancias. Sin ir más lejos, tan solo Canal 13 informó, en un reporte sobre los ingresos obtenidos en el 2019, un total de $6.499 millones en pérdidas.

El documento solo confirmó lo evidente, y es que el canal dependiente del Grupo Luksic sindicó como principal causa de aquella merma la baja en publicidad.

Naturalmente, quienes pueden pagar anuncios en televisión son grandes empresarios, pertenecientes a esa reducida élite chilena con intereses muy particulares, y a veces, una ética muy torcida.

No es necesario, por ejemplo, recordar en profundidad cómo, cuando CNN Chile optó por dar una cobertura medianamente decente a la revuelta popular, a los días, se hizo pública una carta del millonario empresario agrícola, y presidente de la Confederación de la Producción del Comercio en Chile, Juan Sutil, amenazando a la estación dependiente del Grupo Turner con dejar de anunciar sus productos a través de sus programas por motivos netamente políticos. Lo cierto es que al poderoso empresario no le gustó ver un atisbo de humanidad en un “estallido social” que en su concepción, debía ser solo fuego y crisis, y como era consciente de su poder e influencia, lanzó su primer tarascón.

La televisión optó por someter a los haitianos vulnerables al castigo medieval que es la vergüenza pública, y no a las personas con más recursos en el barrio alto, a pesar de que existían similares condiciones, por la sencilla razón que los más adinerados podían pagar la fianza para que no les fuera aplicada, y en caso de que algún medio, así todo, determinara que merecían ser apuntados con el dedo como los causantes de un terrible mal a la sociedad, ellos, como pertenecientes a esa reducida élite, podrían defenderse con favores en sus influyentes círculos o escudarse tras sus billetes para manipular la opinión pública sobre ellos a su merced ¿Es posible imaginar la estocada al corazón de las clases privilegiadas el hecho de que todo el pueblo los criminalice y los acuse públicamente de atentar contra la sociedad?

Lo cierto, es que es inimaginable ver a un noble o a un rey moderno pasearse avergonzado frente a las cámaras de un canal de televisión, ya que este candidato a castigo medieval pagará lo que tenga que pagar para no perder la dignidad. Sin embargo, el pobre no tiene esa opción, y se convierte en el dantesco show del día, donde todo lo humano le es arrebatado de golpe.