Por Phil Uribe
Tengo 34 años. Desde que tengo uso de razón he querido ver al pueblo alzarse. Desde mi primera interacción con la policía entendí que los pacos son enemigos del pueblo. Cuando Chile despertó y la rabia acumulada llevó por fin a la gente a las calles fue hermoso. Más de una vez se me cayeron unas lágrimas viendo a la gente en la calle enardecida, exigiendo dignidad. Mientras la prensa burguesa nos trataba de antisociales y delincuentes en representación de su sector y clase social, en las calles solo se veían ejemplos de unidad, de lucha, de resiliencia, de amor y de solidaridad.
Un vaso de agua a la pintura seca de un idealismo que se encontraba en soporte vital hace años, resignado al nihilismo en respuesta al individualismo y la desidia política de una sociedad abandonada por una clase política indolente.
El viernes 24 de octubre nos subimos a una micro con un amigo para ir a Plaza Dignidad desde Maipú y espontáneamente la gente empezó a cantar, gritar consignas y reír. Íbamos llegando a las rejas y las risas pararon cuando alguien pidió un minuto de silencio por las víctimas asesinadas por los milicos y los pacos la semana anterior. La micro entera calló en silencio. Algunos cerraron los ojos mientras que otros miraron al cielo. Yo no le quise quitar los ojos de encima a ellos, orgulloso de todos y cada uno. Más tarde ese mismo día, en la calle Irene Morales -antes de que fuese renombrada por el pueblo en honor a Mauricio Fredes- me encontraba cegado por los gases lacrimógenos, a punto de vomitar cuando uno de los cabros de la primera línea gritó con fuerza que no dejáramos de mirar hacia arriba para evitar ser impactados por una lacrimógena. Como pude, abrí los ojos, y al subir la mirada pude ver claramente un proyectil a quizás dos metros de distancia dirigido directamente a mi cara. Salté hacia atrás evitando la lacrimógena que rebotó en el suelo y golpeó a una amiga en la pierna.
Nunca supe quien fue el que gritó. Si está leyendo esto quiero darle las gracias por salvar mis ojos y quizás mi vida. Ese día las micros desaparecieron de las calles. Logré pillar una micro pirata que me dejó en las rejas y después de pasar un rato en la protesta que había ahí emprendí el viaje a pie hasta mi casa.
El toque de queda habia empezado hace dos horas pero había gente en distintas partes de Pajaritos protestando y con todos ellos me detuve un rato. Cuando estaba a punto de llegar a Américo Vespucio ya se me habían roto los calcetines y los pies no me daban más. En ese momento vi a lo lejos un grupo de cabros que venían de la dirección a la que me dirigía y al pasar a mi lado me dijeron que no fuera para allá porque los milicos estaban deteniendo gente.
Los tenían tirados en el suelo mientras les apuntaban con sus armas. Me devolví con ellos y nos desviamos por el mall para evitarlos. En algún momento nos separamos y cuando estaba por fin a unas cuadras de mi casa me encontré con unos vecinos que iban a la barricada en Metro del Sol para protestar la muerte de nuestro vecino Alex Núñez, asesinado a golpes unos días antes por los pacos. Los acompañé hasta que me ganó el cansancio y al llegar a la casa se me volvieron a salir unas lágrimas. Mitad de ansiedad y mitad de felicidad. Por los caídos, por los que seguimos luchando, por los que me ayudaron/salvaron. Por el pueblo. Solo el pueblo salva al pueblo.