Por Ignacio Kokaly
A mediados de abril, Sebastián Piñera quedó completamente desnudo ante el ojo atento de los chilenos. Y es que, a pocos días que se anunciaran las medidas de salud, económicas y sociales de su Gobierno para paliar las dificultades económicas derivadas de la crisis sanitaria en los sectores más vulnerables de la población y la expansión de la enfermedad, el mandatario no solo ha debido enfrentar críticas por la inefectividad de las propuestas, sino que también por demostrar, que por más crítico que sea el escenario, el modelo neoliberal no está dispuesto a transarse.
No es difícil adivinar por qué está en pelotas, y además paseándose altivo y soberbio frente a sus ministros, que ni por asomo dejarían entrever una crítica al empresario, si comprendemos que Sebastián Piñera, en este minuto, es como aquel pequeño mandamás descrito en el cuento “El Nuevo Traje del Emperador”.
Pasa en los cuentos para niños, y tristemente, también en la vida real. En el relato, a nuestro emperador le interesa en demasía su vestuario, llevar las prendas más finas con tal de lucir siempre despampanante.
Un día, un par de charlatanes se presentan ante él con una propuesta irrechazable: confeccionar un traje tan ostentoso, tan bello, que hasta el rey de la tierra más lejana y próspera parecería un plebeyo ante la presencia del emperador.
Sin embargo, la prenda que ofrecían los estafadores tenía una condición, y es que el traje sería invisible ante los ojos de los estúpidos y los funcionarios ineptos en sus cargos. Creyéndose muy listo, el emperador queda maravillado con la idea. Al ver su expresión, los trúhanes solicitaron de inmediato oro, joyas, y las sedas más finas del reino para empezar la supuesta obra.
Instalaron un telar en una tienda cercana al palacio y simularon trabajar en el traje. Pero no había nada, solo la promesa y la condición.
Para Piñera no se confeccionó un traje, ni nada por el estilo, sino que los bribones, incluso convocados por el mismo mandatario para hacer de consejeros, llegaron con una serie de propuestas que le permitirían sortear la crisis sin la necesidad de tocar, así fuese por un breve periodo, el sistema de mercado imperante en Chile.
Y tal como le ocurrió a nuestro pequeño emperador, Piñera quedó maravillado con la serie de determinaciones sugeridas por aquellos defensores del sistema neoliberal, aquellos “expertos” con tanta teoría y tan poca calle, que, en la práctica, todos sus planes se encuentran destinados a fracasar.
No se diga más, todos los ministros del presidente anunciaron la serie de medidas como la solución definitiva, tan estudiada que nada podía salir mal, y aquel que se atreviese a criticarla era tratado como un estúpido, no lo escucharían porque no sabe de lo que habla.
De esta forma tan soberbia es que Piñera basureó a reputados científicos y profesionales de la salud, incluso a la mayoría de la población que advirtió el desastroso devenir de sus propuestas.
En su complicidad irresponsable, Piñera dejó todo en las manos de sus recién incorporados consejeros, que traerían de vuelta la “normalidad” a Chile, aunque esta fuera aire y nada más. La efectividad jamás llegaría a verse.
En el cuento, los problemas inician cuando el emperador acude por primera vez a la carpa de los estafadores, los mira manipulando el telar, pero de la prenda no hay nada. En ese instante, uno de los charlatanes lo toma del hombro, y comienza a describir lo hermoso que es el inexistente traje, y a preguntarle qué opinaba, pero el emperador, lógicamente, no podía ver la prenda. No obstante, y a fin de evitar quedar como un inepto ante sus estafadores, el pequeño mandamás se unió a los pillos aportando nuevos detalles de aquello que no existía más que la ideación. Destacó el borde dorado, los botones con incrustaciones de joyas, el fino acabado de las mangas, lo que se pudiera inventar para dar la sensación de que también veía el tejido.
Similar situación replicó Piñera cuando dijo, en su discurso del 17 de mayo que las medidas “las hemos establecido de acuerdo a un plan y los consejos de los expertos, en los lugares necesarios y en los momentos oportunos”, comentó confiado, en cadena nacional, respecto a los aditamentos que haría a sus planes económicos, sociales y de salud, que se venían gestando desde mediados de abril por sus consejeros y círculo cercano. Pero la efectividad (o mejor dicho la inefectividad), no se vería hasta que todo estuviera perfectamente acomodado dentro del plan, sin admitir ante nadie la soberbia que su estrategia de hacer oídos sordos a los críticos, incluso de los más calificados, podría implicar.
En la historia, nuestro emperador sigue preguntándose si acaso es demasiado inepto para no ver la prenda. Por eso, envía a su ministro de confianza a supervisar la confección del traje con el fin de saber si este también podía verla; y lo mismo que pasó con el emperador, le pasó al ministro. Los charlatanes le hablaron de las bondades de la tela. Él no pudo ver nada. Pero cuando cruzó las puertas del palacio para comunicarle al rey sobre el estado de la tela, dijo que era el trabajo más magnífico jamás antes visto; y el emperador no supo qué decir, solo asumir la existencia de la maravillosa prenda de la misma forma que el ministro de Salud, Jaime Mañalich, se congratuló con el manejo de la crisis repitiendo una y otra vez lo preparados que estábamos, incluso sin saber que eventualmente tendría que retractarse; y Sebastián Piñera asumió la efectividad de las propuestas basadas en intereses mercantiles.
Para esta instancia, todo el mundo sabía de la tela y su particular cualidad de ser invisible ante los ojos de los tontos, el pueblo estaba ansioso de verla y de ver si acaso algún conocido no podía verla. De la misma forma, nosotros aguardamos por ver cómo funcionarían las medidas sanitarias, económicas y sociales, con ese nudo en el estómago que solo el escepticismo tiende a generar.
Finalmente, el día llegó, y los estafadores se acercaron al emperador simulando tener en sus manos el traje. Hicieron como que lo dejaban caer sobre sus hombros; incluso amarraron una cola imaginaria dándole a los ministros de la autoridad la orden de caminar detrás del rey sosteniendo el supuestamente largo trozo de tela.
Cuando el emperador salió a la calle, y comenzó a desfilar por la avenida principal, ningún plebeyo daba crédito: no podían ver la tela prometida, solo al rey desnudo y altivo.
Sin embargo, todos reaccionaron distinto. Mientras algunos fanfarroneaban con su habilidad para ver la prenda, otros dudaban tanto de la existencia de la tela como de su capacidad intelectual. Todo se quiebra cuando un niño comienza a reír a carcajadas y grita “¡Pero si el rey está desnudo!”, exclamó a viva voz.
Entonces, el pueblo comienza a hacer notar lo evidente, y la multitud empieza a cuchichear sobre la desnudez del emperador y su estupidez al no portar ninguna prenda.
Y es que, aterrizando en nuestra realidad, nos encontramos que, apenas entraron en vigencia las medidas propuestas, buena parte de los adeptos de la derecha más dura y descarnada, aplaudieron y ovacionaron a sus ídolos de barro creyendo estar del lado correcto. Mientras, la población en general, se lamentó al notificar que habíamos fracasado en la asistencia a los más vulnerables durante la crisis y a la contención del virus, sabiendo desde ya, que la promesa de medidas efectivas jamás llegaría. Sin embargo, no fue la voz de un niño la que nos hizo evidenciar esto último, sino una serie de protestas en el mes de mayo suscitadas por algo incluso más grave: El hambre implacable en las comunas más pobres del país.
Finalmente, el relato, utilizado principalmente para graficar tanto la aceptación de mentiras como la soberbia política según la arista que se escoja, el emperador no asume su error en público. Si bien se sabe desnudo ante todos, continúa caminando como si aún portara dicho artefacto, así como sus ministros continúan caminando detrás de él sosteniendo la cola imaginaria del traje.
¿Algún parecido en la actitud del emperador del cuento y la actitud de Sebastián Piñera en el cierre del relato? Las explicaciones sobran. Piñera se pasea en pelotas frente a todos.
Solo dos salvedades podemos hacer al cierre de esta columna, la primera es que Piñera aún no asume el fracaso de las medidas, basadas en el mercado, que le han confeccionado, y que él mismo ha implementado. Y segundo, que nosotros sabíamos de la ineficacia de las determinaciones del oficialismo en el Gobierno desde mucho antes, no porque fuésemos expertos, sino porque leímos, vimos y escuchamos a los expertos que Piñera no quiso escuchar. Sabíamos que Piñera estaba en pelotas, exactamente desde que el economista Marco Kremerman advirtió en mayo, en Radio UChile, respecto a las nuevas ideas a ejecutar en materia de ayuda económica, que “La mayoría de los trabajadores en Chile requieren de una política pública que hasta el momento no se ha anunciado (…) Cuando uno revisa las medidas siguen estando ancladas a un dogma neoliberal de focalización, de no intervenir los mercados, sino que de postergar pagos más que condonar, suspender o establecer otro tipo de condiciones a las que se han establecido anteriormente. Esa es la impronta de ambos planes de Gobierno”, y un grupo de especialistas, liderados por la presidenta del Colegio Médico, Izkia Siches, pidió a fines de marzo una cuarentena total que el Gobierno decretaría mucho tiempo después, cuando la situación estaba al borde del descontrol.
Es decir, el único inconsciente que no estaba al tanto de su desnudez, de la falta de consistencia en sus medidas, y que además permanece soberbio incluso después de haber sido notificado, es quien hoy se reviste en la banda presidencial.
El Nuevo traje del Emperador es tan real como el éxito de las determinaciones oficialistas para enfrentar el Covid-19.