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Parto

“Porque el parto con dolor forma parte de la maternidad patriarcal (…) pero la verdadera maternidad no es esclavitud, ni carga ni enfermedad, sino una opción gozosa de desarrollo de nuestra sexualidad y de nuestras vidas”.

-Casilda Rodrigáñez.

Por Daniela Küyen y Valentina Mülfen

El robo del parto

Entre tantas expresiones de violencia contra las mujeres, disidencias y niñxs parece marginal hablar de gestantes, partos y crianza, pero no lo es. La intervención de nuestra sexualidad y reproducción responde a la necesidad del capitalismo y el patriarcado de controlar nuestros cuerpos. Por tanto, si apelamos a la justicia y a la libertad, este tema debe tomar un carácter estratégico.

El parto es una dimensión más de dominio sobre el cuerpo femenino donde las relaciones de poder han querido despojarnos del acto más puro y originario de la historia de la humanidad. Entonces, vale cuestionarse de manera muy profunda: a quién realmente pertenecen los partos y por qué nos han sido robados.

La violencia ejercida en el parto no responde a una “maldad” intrínseca de las instituciones o de los profesionales –aunque bien se expresa en ellos-, sino en la necesidad estructural de impregnarle a este proceso fisiológico los pulsos capitalistas de la eficacia, la eficiencia y el rendimiento en la reproducción de cuerpos humanos.

El robo del parto requiere, primero, separar a la mujer de su posibilidad de conocimiento y empoderamiento de su cuerpo y, segundo, naturalizar la intervención del proceso.

Así, el “saber” se articula como una práctica de poder, donde frente al desconocimiento y la desconfianza entregamos el acto de parir a la institución, la medicalización y la profesionalización. Todo esto marcado por rasgos patriarcales de la estructura autoritaria que subyace a todo el proceso, y que se expresa en malos tratos, desinformación, prácticas sin consentimiento, etc. Un todo que hace parecer que quién gesta es mero instrumento y, al final, estos dispositivos se articulan desde un “saber más” que nosotras.

El parto, como una práctica y necesidad de la existencia de la humanidad ha perdido -gracias al avance del capitalismo- su lugar. La deshumanización de este sistema embrutecedor nos ha hecho olvidar el significado sagrado que tenía siglos atrás. Solo parece necesario gritar: ¡Cómo no ha de ser relevante la forma de gestarse y nacer!

El parto respetado no es un capricho

La necesidad del parto respetado es una demanda que nace al alero de la violencia sistemática ejercida sobre la mujer, sus procesos reproductivos, la gestación, el parto y el puerperio[1]. Donde, como en todas las otras formas de dominio, se busca arrebatar la autonomía del cuerpo y, entonces, las necesidades emocionales y físicas son vejadas.  

Tanto así que en torno al parto se ha erigido una “corriente”, donde quienes eligen la gestación y la crianza han debido inventar recursos para “defenderse” de las imposiciones del sistema de salud.

Se ha nombrado como parto respetado, aunque podría llamarse de manera más honesta: “lo que no quiero que ocurra en mi parto”. Este concepto como un chaleco antibalas ha permitido establecer una forma de atención digna y consciente; pero muy pocas personas logran un acompañamiento durante todo el proceso (que es mucho, mucho, mucho más que el parto mismo).

Finalmente, en la vorágine del diario vivir, el hecho de anhelar un “parto diferente”  se constituye como un capricho de quienes tienen los recursos para hacerlo, tanto así que las clínicas venden partos respetados en sumas millonarias, expresión de cómo el capitalismo ha hecho de la dignidad un valor de cambio altamente rentable. Además, se constituye como un privilegio de quienes tuvieron una educación sexual suficiente para dotar de conciencia el proceso de gestación.

La imposibilidad de poder realizar un parto respetado por parte de las mujeres de la clase trabajadora está lejos de significar que no sea una necesidad o un sentir mucho más recurrente de lo que se reconoce. La posibilidad concreta de su realización está afectada por una hegemonía patriarcal que pareciera aplastar a las mujeres por igual, pero que está inevitablemente atravesado por factores de clase.

La violencia en el parto ataca de manera total, pero somos las mujeres empobrecidas quienes debemos asumir los mayores riesgos y expresiones de esta forma de administrar nuestros cuerpos.

A partir de la gestación el cuerpo femenino se vuelve una incubadora humana; replegando su conciencia y sus necesidades sexoafectivas a un segundo plano. Esto explica, por ejemplo, el uso indiscriminado de procedimientos invasivos que pueden dañar el organismo de las mujeres por meses y, en muchos casos, para el resto de sus vidas.[2]

El despliegue de una violencia patriarcal marcada por la eficiencia capitalista golpea a la mujer y su gestación. Es por esto es que la lucha antipatriarcal se trata también de recuperar el parto como un proceso de transición ancestral; a través del cual nace una nueva vida y, con ello, una mujer poderosa.

A recuperar (nos)

Entonces sí, nos han robado nuestros partos, y sí merece la pena detenernos a reflexionar por qué y cómo los vamos a recuperar. Tenemos que volver a pensar en cómo los niñxs han de llegar al mundo y cómo las mujeres que parimos nos forjamos en el poder de esta experiencia.

La idea del parto respetado debe salir del confinamiento de los sectores acomodados, donde al menos esto se esgrime como una alternativa. El parto digno es una necesidad que debe responderse desde la destrucción de cuestiones sistemáticas muy profundas y que, por tanto, requiere de la acción colectiva y organizada de quienes buscamos subvertir toda forma de dominio que ha impuesto el capitalismo y el patriarcado.

Que se reglamente pudiera significar un cambio pero que no alterará (como hoy ya  está ocurriendo) su proceso de mercantilización; trayecto que separará a quiénes pueden pagar el acceso a un servicio de calidad de quienes no, perpetuando otra forma más de desigualdad estructural.

Parir con dignidad, de manera segura y placentera, será posible cuando construyamos estructuras económicas, políticas y sociales que tengan una visión radicalmente distinta. La acción individual es impotente frente a la violencia estructural generada por el cruce entre patriarcado y capital. Por ello, solo la acción colectiva y organizada para cambiar el estado actual de las cosas permitirá que las mujeres de la clase trabajadora puedan parir de una manera sustancialmente distinta.

El capitalismo y el patriarcado nos han arrebatado nuestros cuerpos. Han hecho añicos nuestros procesos por conseguir la reproducción humana eficiente que, en su trayecto, degrada, humilla y destruye el evento más importante en la vida de quienes gestan.

Nosotras las mujeres y nuestrxs hijxs necesitamos gestarnos, nacer y desarrollarnos en un escenario afectivo. La conquista de nuestros cuerpos va indisolublemente de la mano de la construcción de espacios y experiencias sociales que superen el régimen de existencia actual.


[1] Se dice del periodo en que el organismo de la gestante vuelve a su estado antes del embarazo, compuesto por los cambios físicos y emocionales iniciados con la exigencia de cuidar de una nueva vida.

[2] Claro ejemplo son las episiotomías de rutina.