Por Ignacio Kokaly
“Por el momento, constatemos que el sueño del Gobierno de los gerentes era una pesadilla, y el cuento del país como empresa, una tontería”. Con esas palabras, el politólogo peruano, Alberto Vergara, sepultó a los gobiernos de tres países latinoamericanos, con especial énfasis en el mandato de Sebastián Piñera, escribiendo en la lápida del neoliberalismo que buena parte del fracaso se debe a la “soberbia gerencial”.
Sin embargo, hay que convenir que cuando Vergara lanzó el texto en las páginas del New York Times, obvió las formas en que una empresa y sus gerentes pueden variar.
Seguramente pensó en aquellos grandes capitalistas, acostumbrados a hacer su dinero a costa de la miseria de los trabajadores y en esos gerentes que, con visión a corto plazo, buscan establecer la mayor cantidad de ganancias bajo su administración sin importar los devastadores efectos que ello pueda tener en el futuro.
Y es que, si bien la acuñación es precisa para el Gobierno del multimillonario empresario Sebastián Piñera, en países habituados a la socialdemocracia y fuertes leyes de protección a los trabajadores que sostienen las empresas, la lógica de la gerencia también varía, y en comparativa, la recién mencionada lógica gerencial en países del primer mundo es igual de lapidaria con el Gobierno de Piñera que la columna de Vergara.
Lo cierto, es que si observamos la administración de Sebastián Piñera en Chile S.A. bajo los estándares de un país desarrollado, el mandatario habría sido despedido hace mucho tiempo y, posiblemente, desafectado con la calificación más baja posible.
Esto lo supe solo después de hacerle a mi padre la clásica pregunta que todo el mundo se ha estado haciendo desde que las voces por justicia social se alzaron el 18 de octubre de 2019. Lejos de decir instantáneamente “Renuncia Piñera”, dejó de revisar los cheques que los bancos traen a su oficina para ser evaluados y se acomodó para contar una historia.
Se trataba de una de las tantas versiones del cuento ruso “Los Tres Sobres”. No se lo contó un alienígena castrochavista, tampoco lo oyó en un mitín del Partido Comunista, sino que el relato llegó en un libro corporativo que ciertas empresas envían a los jefes de la entidad para afinar las habilidades en su área.
En la historia había dos gerentes. Uno viejo que estaba a punto de dejar el cargo en una gran multinacional, y uno más joven, a cargo de una empresa mucho más modesta. Ambos son amigos de hace muchos años, y a raíz de dicha amistad, el gerente más viejo decide recomendar a su amigo para sustituirlo en el cargo.
La solicitud es aceptada, y el gerente más joven se convierte, de la noche a la mañana, en un alto mando de la gran empresa. Entusiasmado, cruza el despacho, y se detiene en seco cuando, sobre el escritorio al centro de su nueva oficina, encuentra tres sobres sellados y una carta al descubierto.
Curioso, comienza a leer el documento: “Querido amigo, me alegro mucho que le hayan aceptado para el cargo. De corazón, espero que tenga mucho éxito en su administración. Como siempre, una pequeña ayuda nunca está demás, por eso, me tomé la libertad de dejar tres sobres que usted deberá ir abriendo, según lo indica el número en la solapa, a medida que se vayan presentando las crisis en la empresa. Muchas felicitaciones”, dictaba la misiva firmada por su antecesor.
El joven gerente guardó los sobres en una de las gavetas y esperó. Al cabo de seis meses, se presentaron las primeras complicaciones. Sin dudarlo, corrió de vuelta a la oficina, y con la mano temblorosa abrió el primer sobre.
“Querido amigo, veo que ha tenido el primer percance, de todas formas, no se preocupe, la solución es muy sencilla: Cúlpeme a mí, échele la culpa a su antecesor, y así aplacará el descontento de los dueños”, decía la carta dentro del sobre. Por la tarde de ese mismo día, el gerente se reunió con los dueños de la empresa y luego los trabajadores. En ambos casos, habló pestes de la administración anterior, dijo que esta crisis se debía exclusivamente al pésimo trabajo ejecutado en años anteriores.
Fue a mediados del año pasado cuando Sebastián Piñera gastó su primer sobre. Con los “tiempos mejores” cada vez más distantes, y una fuerte baja en la productividad, apareció el primer enemigo invisible del mandatario: Las reformas del Gobierno anterior. Dicha lógica la mantuvo incluso hasta después de que las calles comenzaran a arder con el descontento de la gente el 18-O, haciendo eco entre los discursos de sus ministros, Y aunque siempre hubo críticos, para los efectos prácticos, su primer sobre logró convencer, al menos, al segmento más privilegiado de la población.
En nuestra historia, el joven gerente logra zafar. Se tranquiliza un rato, y se deja estar, piensa que todo estará bien, todo está perdonado. Pero no; seis meses después, y producto de una gestión deficiente, el joven gerente vuelve a enfrentar una crisis mucho mayor, y en un tiempo mucho más acotado.
Esta vez sabe que tiene un as bajo la manga, y corre a su escritorio, confiado, a buscar el sobre que le dejó su amigo antes de partir. Cuando leyó las líneas escritas en el papel se sintió aliviado: “Querido amigo, lamento que una vez más esté pasando por un momento complicado en la compañía. De todas formas no importa, al igual que en la oportunidad anterior, la solución es muy sencilla. Culpe a su círculo más cercano, a sus asesores y soplaorejas, y cámbielos de inmediato. No es tan certera su efectividad, pero le permitirá salir del paso”, decía la carta en el sobre.
A ojos cerrados, el gerente hizo caso a su mentor. Al día siguiente, todos los jefes de división y directos asesores estaban fuera de la compañía por ser los responsables de la crisis, ascendiendo los cargos en línea del organigrama.
El segundo sobre de Piñera fue abierto justo después de la revuelta popular, cuando creyó que las precarias condiciones del sistema económico chileno no tenían nada que ver con la rabia sembrada, sino con las polémicas frases como cuando el extitular de la cartera de economía mandó a la gente a levantarse más temprano para paliar el alza del pasaje del metro u otras consignas de sus cercanos, nefastamente rimbombantes, cuando señalaron que a mala economía había que comprar flores.
Y es que si bien ese tipo de declaraciones (o bien burlas) fueron el estímulo que despertó la rabia popular, lo cierto es que las precariedades del país estaban enraizadas en la base del sistema económico.
Ante la crisis, Piñera optó por hacer un recambio de ministros, aunque de una forma bastante extraña, dejando a polémicos ministros aún presentes en su cúpula más cercana en otros puestos, y a los de carteras con menos responsabilidades delegadas, derechamente optó por cambiarlos o reservar dichos cargos para gente que, en la balanza, tenía más cercanía con el mandatario.
Si bien Piñera no ejecutó la medida del sobre como era conveniente, la salida de Ministros como Juan Andrés Fontaine en economía, y el posterior retiro obligado de Andrés Chadwick en Interior, le permitieron un respiro al frenar por un corto tiempo la baja en la aprobación de un gabinete, que por esos tiempos, venía en caída libre.
Tanto en la historia como en la vida real, nuestros gerentes lograron tomar aire por un breve plazo, hasta que las alarmas se vuelven a encender.
Solo queda un sobre en la gaveta, y en el relato sobre gerentes agobiados, el joven mandamás de la compañía ficticia corre a abrirlo. Esta vez confiado de que todo va a salir bien y que su amigo le había dejado la solución maestra a los problemas de la empresa, reservada para la peor crisis, en el último sobre. Y así fue, el último sobre sí contenía la solución a la mala gestión empresarial.
Cuando el gerente tomó el papel entre sus dedos quedó frío y su semblante cambió radicalmente del relajo a la preocupación. La corta línea final decía: “Estimado, lamento mucho que con usted hayamos llegado a esto, pero lo cierto es que no tiene madera para el puesto. Por favor, retírese y prepare tres sobres para alguien que sea más capaz”. Esa era la solución a los problemas de la empresa.
Sebastián Piñera, incluso sin abrirlo, sabe lo que dice, pero pretende ignorarlo, y aun así se ha tomado la audacia de afrontar la peor crisis sanitaria del último siglo con una gestión deficiente, donde las lógicas de la administración están respondiendo a los intereses de privados enquistados en las cúpulas de poder y dejando desprotegidos a los trabajadores.
En esencia, toda esta historia no es una vuelta larga para afirmar que Piñera debe renunciar apenas se reestablezca una pizca de orden institucional, sino que no le queda otra opción, que en ninguna empresa cuyo objetivo sea velar por el bien de la misma, por más pequeña que sea, se le permitiría la soberbia gerencial propia de los viejos magnates capitalistas, y que las consecuencias, si es que insiste en ignorar el último sobre, podrían derivar en un segundo estallido social por una rabia popular que aún no ha sido aplacada, sin más bien intensificada. Aunque de momento todo es incierto, resulta difícil pensar en un futuro auspicioso para el Gerente Piñera.
Cualquier gerente, que no sea amigo de este soberbio empresario o se beneficie de las grietas de un sistema neoliberal que cada vez demuestra más corruptibilidad, no dudaría en afirmar que Piñera debe irse y ceder el puesto a alguien mucho más apto.