El 1 de enero de 1994 en el estado mexicano de Chiapas, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional realizó una rebelión contra el sistema de dominación, entre sus demandas estaban la justicia y reivindicación de los derechos de los pueblos indígenas de México y de los pobres. Una rebelión en donde la utilización del pasamontaña jugó un papel fundamental.
“Y, miren lo que son las cosas porque, para que nos vieran, nos tapamos el rostro”
Subcomandante Marcos, 1994
En nuestro país, podemos identificar con fuerza dos momentos en donde la capucha ha jugado, y juega, un papel importante en la lucha revolucionaria, el primero se comienza a gestar posterior al Golpe de Estado de 1973 y que, por razones de seguridad, las y los militantes de las organizaciones de la izquierda revolucionaria debieron adoptar medidas de seguridad extremas para no ser detectados por los aparatos represivos. La madurez de las nuevas técnicas de compartimentación y seguridad en la lucha contra el régimen de Pinochet comenzó a madurar a mediados de la década de 1980 con nuevas expresiones orgánicas del movimiento popular, en donde destaca el Frente Patriótico Manuel Rodríguez.
El FPMR adoptó medidas de seguridad y de agitación, es precisamente por aquello que la Dirección Nacional del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, realizó varias conferencias de prensa en donde ocultaban sus rostros con pasamontañas y, al mismo tiempo, entregaban un mensaje claro a las y los pobres de Chile: esta es una guerra sin cuartel contra el régimen de dominación capitalista y había que adoptar todas las medidas de seguridad necesarias para la sobrevida del pueblo. Al igual que su dirección, las y los combatientes del FPMR al momento de realizar acciones armadas o de recuperación, también ocupaban pasamontañas para resguardar su identidad.
El segundo momento comenzó con el nuevo milenio y se extiende hasta nuestros días. Las y los estudiantes secundarios, después del pueblo Mapuche, han sido la punta de lanza del movimiento popular. El mochilazo, la revolución pingüina y las intensas jornadas de protesta y de control de territorio el 2011, fueron la mejor escuela para una nueva camada de combatientes de la clase obrera.
Antes del 18 de octubre de 2019, era muy común ver cómo los grandes medios de comunicación y la sociedad en general criticaban el uso de la capucha. Incluso, Fuimos testigos de cómo militantes del Partido Comunista entregaban a encapuchados a la represión en el contexto de la conmemoración del 11 de septiembre. Ninguno de ellos entendía que los encapuchados revelaban una indignación de generaciones y que solo era la punta del iceberg del sufrimiento e indignación de jóvenes populares y de las capas medias contra el sistema de dominación.
Más allá de lo que señalan los medios de comunicación, los partidos políticos, desde la UDI hasta el Partido Comunista, y los grandes empresarios que se benefician de la fuerza de producción de la clase obrera, los encapuchados no son lumpen ni delincuentes, sino combatientes políticos esforzados y comprometidos con la emancipación social.
A los encapuchados constantemente se les condena, y por todos los medios que tiene la clase dominante, por su violencia. Violencia que usan para destrozar y destruir los símbolos de la dominación capitalista. Ante la violencia de la explotación y de la devastación de la vida humana cotidiana y de la naturaleza, las y los encapuchados responden con una violencia simbólica, que destruye una vidriera de una cadena farmacéutica, de una sucursal de un banco, de una tienda comercial, etcétera. Pero nunca una vida humana. Actos violentos que no se comparan con la violencia del capitalismo que, amparada en el “estado de derecho”, destruye y condena a miles y miles de personas a una vida miserable y paupérrima
Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos de los dueños del capital, desde el 18 de octubre se convirtió en la expresión concreta, y legitimada en mayor medida, de miles que frenaron la represión con capuchas, piedras y determinación: hoy se le conoce como Primera Línea, pero no es más que el cumulo de experiencias históricas recogidas para enfrentar a los esbirros del Estado.
Podemos concluir que la capucha es un símbolo. Es la expresión de una resistencia, de una lucha política que va más allá más allá del 18 de octubre, de la lucha estudiantil, etc. Es una deuda histórica con los pobres de Chile y del Wallmapu.