Hace un año asistíamos como país a una lucha ejemplar: la de un pueblo que comprendió que la defensa del medio ambiente equivalía a bienestar social, y que despertó -luego de un largo letargo- al espejismo “desarrollista” de la salmonicultura, que desde los años 90’s prometía bienestar y bonanza al Chile Austral.
Ese sueño se fue desvaneciendo en la medida que se iba descubriendo que el negocio del salmón era bienestar para algunos, pero empobrecimiento para muchos otros. Un negocio tan lucrativo como abusivo, en que los mismos dueños (nacionales y transnacionales) bajo la ficción de lo “renovable” decidieron sobreexplotar las costas, saturar las pisciculturas, acidificar el fondo marino e infestar de antibióticos el mar, hipotecando el futuro de dos regiones del país. Junto a ello, la explotación laboral, horarios excesivos de trabajo, condiciones laborales infrahumanas (hambre, frío extremo, vejaciones, riesgos laborales con consecuencias fatales de los buzos) que lamentablemente siguen existiendo hoy en las pisciculturas y plantas procesadoras de salmones del sur del país.
El año 2007 fue tanto la advertencia como el inicio de la tragedia. El virus ISA se propagó como epidemia en la salmonicultura nacional como consecuencia del hacinamiento y la sobrepoblación de salmones en las piscinas, una estrategia únicamente utilizada para obtener aún mayores ganancias. El comienzo de la tragedia se da ante la irresponsabilidad de privados inescrupulosos que pusieron en riesgo su propio negocio en pos del lucro; fueron subvencionados por el Estado de Chile para evitar la quiebra de estos, inaugurando un nuevo periodo en donde el Estado fue garante de un negocio cuyas ganancias favorecían únicamente a un mínimo sector.
Luego del año 2007 no hubo cambios en la actitud de la industria, salvo declaraciones de buenos intereses. Sin embargo, el círculo vicioso siguió aumentando como reguero de pólvora esperando al próximo chispazo. Y más allá de la supuesta bonanza que daba la economía del salmón en el Chiloé insular y continental, la catástrofe se veía venir. Fue en el verano del 2016 cuando ese círculo vicioso realmente se manifestó. Luego de años de apoyo estatal (incluyendo las cesiones a la salmonicultura de uso de costas que dieron -tanto Bachelet como Piñera- en sus últimos días de gobierno) todo volvió a fallar, tal como en el 2007, con la aparición del bloom de algas. Ante la mortandad de los salmones el Estado de Chile autoriza a depositar miles de toneladas de salmones muertos y podridos en el mar, escondiendo así la basura bajo la alfombra. ¿El resultado? la más grave aparición de “marea roja” en la historia de nuestro país.
La irresponsabilidad y voracidad de los empresarios bajo el amparo del Estado, originó una catástrofe no solo ambiental, sino también humana en Chiloé. Ciertas localidades alcanzaron un 80% de desempleo debido al cierre temporal de las salmoneras y al impedimento de poder mariscar a causa de la Marea Roja. A esto, debemos sumar el hecho de que la recolección de orilla fue y sigue siendo parte fundamental de la alimentación en el archipiélago. Fue el hambre, la desesperanza y la traición de un Estado que solo mira a los privados, lo que hizo que los chilotes salieran a las calles y mantuvieran cortadas durante semanas las intersecciones principales con barricadas.
Fue un ejercicio de soberanía y un ejemplo para todos quienes consideran que la forma de cambiar las cosas es tomando el sartén por el mango. Pero la traición (en la cual el Partido Comunista, con Héctor Barría como dirigente, tuvo un rol clave en la Asamblea de Castro, pues de forma truculenta se decidió claudicar a la movilización y quebrar el movimiento), sumada a la fe en mesas de diálogo, hacen que la realidad de hoy no sea muy distinta a lo que era hace dos años atrás. El Estado de Chile sigue del lado de los empresarios del salmón, y sigue viendo en la extracción y destrucción del medio ambiente la forma de desarrollo económico de la isla. Hoy, como si fuera poco, se vislumbra a Chiloé como “Polo de Desarrollo Energético” pretendiendo desarrollar también la minería. Lejos de disminuir, la intención de saquear medioambientalmente a Chiloé aumenta.
Todo sigue igual, salvo quizás lo más importante. Chiloé ha despertado y no volverá a caer en el delirante sueño del desarrollo económico del salmón, de la energía, de la minería. El pueblo chilote -a 9 años de su Bicentenario, de su anexión al Estado de Chile- mira dicho proceso con otros ojos. Las chilotas y los chilotes no están dispuestos a seguir siendo pisoteados, y todo parece indicar que habrá otro levantamiento y que nuevamente las calles se verán llenas de barricadas para cambiar y borrar de plano todo ese falso desarrollo que se le vendió al archipiélago.
Hay conciencia, hay un despertar. El pueblo chilote sabe que el prometido puente del Canal de Chacao es para el beneficio de privados, así como también tiene plena conciencia de que la bonanza del negocio salmonero tiene sus días contados. Y por sobre todo, están conscientes y en pié de lucha para cuando, desde el gobierno y el empresariado, quieran convertir a Chiloé en una zona de sacrificio para cualquier tipo de industria y negocio extractivista. Esta vez ya no será como con los salmones en los 90’s, esta vez se entiende bien que todo eso corresponde a vagas ilusiones y empobrecimiento para el futuro. Hoy Chiloé no está dormido, tiene los dos ojos abiertos y está listo para levantarse ante la menor agresión, ante cualquier nuevo abuso.