Por Benjamín Bravo Yusta
Por los pasillos de La Red ⸺canal televisivo que hace un tiempo sufre una profunda crisis laboral y económica⸺ se repite una máxima: “La Red está hipotecada con infomerciales”.
Gran parte de los ingresos del canal nacen de este tipo de programas, que corresponden al 55% de la transmisión total de la frecuencia televisiva. Lo demás proviene de avisajes y financiamiento de Albavisión, la casa matriz.
La mezcla entre una mala gestión y un régimen mediático de un hermetismo nocivo devino en asfixia. Y ante un sistema indiferente, la situación de La Red adquirió un color eminentemente sintomático de una gran enfermedad. Una endemia que corroe a la democracia en su conjunto: la desprotección del periodismo alternativo.
La dependencia absoluta de los medios de comunicación con el capital privado no solo desprende un manto de inestabilidad sobre las y los trabajadores de las comunicaciones y las aguas del periodismo, sino que también socava el principio rector que todo ejercicio periodístico debiese practicar: el más íntegro e imperturbable servicio colectivo.
Sin embargo, considerar que la crisis de la transmisión televisiva es únicamente por motivos económicos es, a mi parecer, reduccionista. También es un problema político.
Si La Red, un medio con una narrativa crítica pero dependiente de un conglomerado continental, pudo inundarse bajo el manto de desprotección, para los medios integralmente alternativos la situación es aún más desfavorable.
Chile, además de la invisibilizada desprotección legal y persecución del periodismo independiente, padece de una voraz concentración de medios en manos del gran capital. Aquellos medios ⸺comunitarios, televisivos u otros formatos⸺ que no reproducen el relato hegemónico de los medios que perpetúan el sistema neoliberal, quedan desprotegidos.
Y en un país con tal diagnóstico, es una decisión política el entender la pluralidad de medios como algo imprescindible y, desde esa voluntad, generar el resguardo necesario para el desarrollo de un periodismo libre y pluralista.
Un aparataje mediático que sofoca cualquier atisbo de pluralismo e instalación de relatos alternativos al poder imperante solo puede ser hijo de una estructura que teme a la profundización de la democracia. Y eso no es un problema coyuntural, sino estructural. Es imperativo atender la enfermedad de fondo, porque prontamente puede devenir en una silenciosa pero perniciosa enfermedad autoinmune. En la medida en que eso siga ocurriendo, la única certidumbre para el ejercicio periodístico será la incertidumbre. Y una democracia sin un periodismo libre es, tristemente, un simulacro.