Era imposible pasar por delante de “La Riviera” sin ingresar a degustar un triángulo de pizza, atraído y cautivado por el agradable aroma de la masa recién horneada que se propagaba hacia el exterior del pequeño local, ubicado en la esquina de Avenida Pedro Montt con calle San Ignacio en Valparaíso.
Conocí este lugar el año 1970 cuando llegué, proveniente del sur, a estudiar en la Universidad de Chile, y desde entonces pasé a formar parte de los innumerables porteños y porteñas cautivados por el delicado sabor italiano de una mezcla simple, balanceada y precisa de ingredientes, plasmados en un pequeño triángulo de pizza, que provocaba una agradable y placentera amalgama de sabores en boca, aunque siempre era “con gusto a poco”.
Sin temor a equivocarme puedo aventurar que son muy pocos los porteños y porteñas que no conocen la pizzería La Riviera, por lo que su cierre, debido al fallecimiento de don Sergio Leni Maraldi, dueño de este mítico local, constituye una gran pérdida para el patrimonio intangible de Valparaíso.
Ojalá que el local pueda reabrir sus puertas y continuar con esta tradicional y especial receta, aunque ya no será lo mismo llegar hasta allí y después de observar los modelos a escala de barcos, aviones y otras figuras expuestas en su vitrina, no encontrarse con la mirada seria de bienvenida, desde detrás de la caja registradora, con la que recibía a los clientes don Sergio, a quienes atendía con cordial agilidad.
En el sitio web rutaitaliana.wordpress.com se hace una pequeña reseña de la pizzería La Riviera y allí se consigna lo siguiente:
“(…)Antiguas acuarelas del puerto de Camogli acompañan a Sergio Leni Maraldi en la caja de su histórico negocio, aclamado por sus esponjosas pizzas y finas fogazzas. Hijo de padres italianos, Sergio llegó a Valparaíso en 1962, cuando su familia vio en la rotisería La Riviera una buena oportunidad para emprender.
La receta, asegura, no ha cambiado. La calidad es clave para conquistar al cliente, los mismos que lo prefieren por décadas y hoy lo visitan con sus hijos o incluso nietos para deleitarse con los triángulos de pizza recién sacada del horno.
Con el mismo tesón que caracterizó al resto de los italianos que se asentaron en el Almendral, en el negocio de los Leni Maraldi todos debían cooperar. Mientras su padre atendía la caja, Sergio aprendía la preparación de las pizzas, fogazzas, cimas y pascualinas en el subterráneo. Con el paso del tiempo, y tras el fallecimiento de su progenitor, Sergio se hizo cargo del negocio, para continuar con la tradición de las que muchos denominan las mejores pizzas de Valparaíso.”
Conversando informalmente sobre este hecho, con algunos porteños y porteñas, recogí algunos testimonios que relato a continuación.
En primer lugar conversé con don Segundo Tello, un viejo anarquista español que se avecindó en Valparaíso en los años cincuenta y desde entonces se transformó en un conocedor de los embrujados lugares y recovecos del Puerto, el cual me contó que su aproximación a La Riviera ocurrió “ mucho antes que fuera a comprarme un pedazo de pizza. Todo el mundo del sector hablaba de estas pizzas,” puchas la pizza buena” decían, pero como siempre pasa no la habían comido nunca. En realidad muchos no habían ido, porque como era mucha la gente que iba había que hacer fila y esperar , inclusive muchos se la comían afuera del negocio. A mí, además de gustarme la pizza, me atraía estéticamente la presentación de esos pequeños trozos triangulares y los coloridos ingredientes y condimentos que lleva. Lo único malo es que no me podía comer solo un trocito, yo juntaba plata, y no me faltaba porque trabajaba en la Feria de la Avenida Argentina, y me compraba cuatro triangulitos. Me recuerdo que además vendían algunas otras cosas como latas de conserva, queso, aceite de oliva de Cánepa, salsa de tomates, era tipo un emporio muy pequeñito. También vendían cerveza y la combinación pizza-cerveza es perfecta. Después, con el tiempo, empecé a comprar fugazza para llevar a la casa. La fugazza la conocía desde mucho tiempo por las panaderías de los italianos, porque había muchas panaderías de italianos aquí en Valparaíso y ellos los días domingo hacían fugazzas. Esta es la primera pizzería del barrio El Almendral, después aparece Beppe Pizza, pero me parece que eso fue en los años setenta.”
Mientras conversaba con don Segundo se sienta en nuestra mesa un amigo milanés, Alessandro Cinghia, que el año 1984 llegó a vivir a Valparaíso, e integrándose a la conversación acota que cuando conoció las pizzas de La Riviera hizo en forma inmediata relación con unas famosas pizzas de la ciudad de Milán, “de la pizzería Spontini”, donde tradicionalmente venden la pizza en trozos triangulares, “al trancio”, también con una receta muy simple y deliciosa. El resultado es una pizza esponjosa con una base crocante, de característica similares a la pizza de La Riviera”, agrega nuestro amigo italiano. Indagando en la web descubro ciertas similitudes entre ambos negocios. La Pizzeria Spontini, ubicada en el N° 4 de la calle del mismo nombre en Milán, funciona desde el año 1953 y hasta el día de hoy la receta se ha mantenido sin variaciones, siendo sus ingredientes pulpa de tomates, mozzarella, orégano y anchoas, y es la única variedad de pizza que vende el local. Es un sitio característico e histórico de las “picadas” tradicionales milanesas y a pesar de que ha abierto varias otras sucursales, el local de calle Spontini sigue siendo el favorito. Como un dato curioso anexo, continúa contándonos Alessandro Cinghia,” la pizzería Spontini está ubicada a unas tres cuadras de Plaza Loreto, lugar donde fue exhibido colgado boca abajo el cuerpo del dictador fascista Benito Mussolini, después de haber sido fusilado por los partisanos, para confirmar su muerte y como un signo de humillación.”
Otro de los testimonios me lo relató Mariella, hija de un inmigrante de la región de la Liguria, quien me contó que “cuando estudiaba en la Scuola, de vez en cuando pasábamos a comer un trozo de pizza. En ese tiempo estaba a cargo el papá del caballero que se murió ahora, él era el encargado de la pizzería en ese momento. No comprábamos pizza muy a menudo, porque en esa época no se acostumbraba andar comiendo por la calle y además mi mamá preparaba unas pizzas muy ricas en casa. En todo caso a todo el mundo le encantaba y decía que era buenísima”
Por su parte, su hija Sol, expresó: “Me recuerdo que después de clases en la Scuola Italiana, cuando estaba en la básica, pasábamos a comer un trocito de pizza a La Riviera. Siempre era un triangulito de pizza en esos platos de plástico, y me tomaba un juguito con unas bombillas plásticas rojas largas. Había pocos asientos, un par de pisos y a mí me gustaba sentarme en un piso alto. Siempre nos acomodábamos como para el rincón izquierdo. Una vez, creo que yo estaba en primero básico, nos fuimos y me acordé que se me había quedado la mochila cuando estábamos llegando a la casa, entonces nos devolvimos y la mochilita azul, que me había traído mi tía de Italia estaba puesta en la vitrina, como en exhibición. Qué cómico…no sé si la receta se la habrá dejado a alguien, sería lo ideal, porque eran muy ricas esas pizzas, con un sabor a salsa de tomates “pelati”, blanditas y con la base crocante. Claro que el caballero era como muy serio, aunque amable a su estilo.”
El último de los testimonios recogidos fue el de Eliana, quien a la vuelta de su exilio se instaló con un local de artesanía y con una fotocopiadora al lado de la pizzería La Riviera, local en donde además vendía – en forma reservada y cuidadosa – libros, documentales, películas y música de difícil acceso debido a la censura dictatorial; por otro lado, contar en esos momentos con una fotocopiadora de confianza era de gran ayuda. Eliana me contó su experiencia de la pizzería relatando lo siguiente:
“Yo volví del exilio en Francia el año 1986, entonces puse un local llamado “Tentenvilú”, que quedaba al lado de la pizzería. Cuando pequeña conocía de nombre la pizzería, porque mi viejo siempre nos hablaba de La Riviera y él nos traía trocitos de pizza para la casa. Yo me hice clienta de La Riviera cuando llegué de Francia, entonces cuando la probé nuevamente me recordé inmediatamente de mi infancia y la pizza que nos llevaba mi papá. Siempre me recuerdo del dueño detrás de la caja y los numerosos empleados que atendían en La Riviera. Hace como dos meses atrás pase a comprar un trozo de pizza, porque yo no me la comía allí en el local, me la iba comiendo por la calle, y todavía había empleados que trabajaban allí el año 86.”
La imagen de La Riviera cerrada, sin funcionar, con sus rejas abajo, provoca una sensación de ausencia y pérdida, que no deja indiferente a quien transita por delante de este emblemático local porteño.
Guillermo Correa Camiroaga, Valparaíso 24 junio 2019