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Por: Andrés Figueroa Cornejo

La marcha convocada por organizaciones sindicales no oficialistas de trabajadorxs, fue reprimida en “modo fascista” desde su inicio por la policía chilena en Santiago. 

Pese al número incontable de agentes de fuerzas especiales de carabineros, pese a los blindados de origen israelí y sudafricano, pese a los helicópteros, pese a los gases químicos arrojados “preventivamente”, miles de trabajadorxs de la capital del país andino realizaron la caminata por la Alameda, entre la calle Brasil y el escenario principal apostado en las afueras de la Universidad de Santiago de Chile, en la Estación Central, con el fin de conmemorar el Día Internacional de las y los Trabajadores.

Antes de que llegaran las y los asalariados al punto de encuentro de la convocatoria realizada por el Comité de Iniciativa de Unidad Sindical y múltiples organizaciones populares, la policía llenaba la Alameda y las calles aledañas, y durante la noche previa ya había puesto cercas metálicas en el bandejón central de la principal arteria del país.

Como se ha vuelto costumbre para las administraciones del Estado capitalista chileno y costilla tutelada por  los intereses del imperialismo estadounidense, todo tipo de expresión social de disidencia y/o crítica al sistema inhumano predominante, fue violentamente coaccionado.

La marcha de las y los trabajadores independientes de los intereses del empresariado, de su gobierno y de su Estado, aglutinó a miles de mujeres, jóvenes, indígenas, migrantes, comunidad LGBTTI, activistas de DDHH y ecológicas, organizaciones políticas y personas conscientes de sus derechos sociales y populares conculcados.

Como si el gobierno supiera algo que los de abajo solamente intuyen, la batería represiva desplegada en contra de quienes marcharon, y en particular en contra de las y los jóvenes, resultó absolutamente desproporcionada y asimétrica. En Chile recién se están recomponiendo las fibras constituyentes del movimiento popular y sus expresiones sociales y políticas. ¿Por qué tanta represión entonces? El gigante Bertolt Brecht escribió que “no hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado”. Pues bien, al parecer la minoría opresora, anticipándose a eventuales estallidos sociales debido a la crisis multidimensional y a la recesión en curso, lanzó toda su artillería sobre una multitud inerme. El miedo del poder adquiere las formas del castigo “por sospecha”, el control de identidad, la demostración a discreción de su dentadura policíaco-militar.

No terminaron de realizarse los discursos de voceros/as y dirigentes sindicales en el escenario con fondo de Clotario Blest y de esperanza y voluntad de resistencia, cuando se inició la represión. Sin embargo, las y los solidarios, las y los sencillos, aquellos que luchan inagotablemente por reunir las fuerzas sociales para cambiar la vida y volverla una plaza del bien común, de libres e iguales, soportó la embestida a la que los tienen habituados los pocos que, desesperadamente, buscan perpetuar un orden basado en la ganancia privada a costa de humanidad y naturaleza.

Agotada ya la paciencia, las y los populares, mestizos, migrantes, indígenas, mujeres y hombres, ambientalistas consecuentes, géneros oprimidos, dieron un pasito más en su organización. Siempre sabiendo que “no hay revoluciones tempranas: crecen desde el pie”.

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