Diego Yañez y Benjamín Bravo
Hace 100 años, en el contexto de grandes movilizaciones populares lideradas por la FECH, el entonces ministro del Interior, Ladislao Errázuriz, esgrimiendo falsas movilizaciones de tropas en la frontera con Perú, declaraba la “Guerra de Don Ladislao”, maniobra política que buscaba reprimir militarmente al pueblo alzado.
Eran tiempos convulsos para Chile. Grandes exigencias populares habitaban, paralela y contradictoriamente, con el cada vez más masivo nacionalismo derechista. Se promulgó la Constitución de 1925 y, tiempo después, Chile cayó en la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo.
Un siglo después, Chile se encuentra en una coyuntura similar. La revuelta de octubre, a pesar de la guerra declarada por Piñera, visibilizó las exigencias y miserias de un pueblo movilizado. Se instaló la Convención Constituyente y, junto con ella, la indudable oportunidad de derribar la constitución de la dictadura cívico-militar, el legado jurídico político de Pinochet.
Pero el fascismo acecha. Como la dictadura ibañista, la extrema derecha supone una amenaza inminente para el pueblo y la democracia chilena. La elección de José Antonio Kast demuestra que la historia puede ser cíclica. Pero podemos revertirlo.
En la primera vuelta presidencial, el candidato del Partido Republicano logró la primera mayoría presidencial (con un 27,9% de los votos), en perjuicio de un débil y tímido Gabriel Boric (25,8% de los votos) que superó el porcentaje de la votación que obtuvo en las primarias de Apruebo Dignidad.
Después de 50 años de la dictadura sanguinaria de Augusto Pinochet y de la tutelada transición concertacionista, Kast -con un programa populista, autoritario, antidemocrático y en línea con discursos de odio hacia las disidencias, mujeres y opositoras/es- representa un fascismo moderno que, si llega al poder, atentará contra la democracia, los derechos humanos y profundizará el régimen neoliberal.
Walter Benjamin decía que detrás de cada fascismo hay una revolución fallida. Y eso podría explicar el triunfo de Kast en las urnas. La revuelta fue perdiendo fuerza y el relato de la seguridad, el miedo y el orden portaliano conquistó los votos decisivos para el candidato de ultraderecha. Para que Boric pueda retomar y conquistar fuerzas, en miras de derrotar electoralmente al fascismo, es imperativo movilizarse y dialogar con todos los territorios y pueblos en lucha. Extender y profundizar el despliegue popular de Apruebo Dignidad. Hay que tener una correlación de fuerzas positiva para enfrentar a la extrema derecha.
Miguel Enríquez decía que “es deber de toda la izquierda favorecer y empujar las movilizaciones. Es la única forma de derrotar a las clases dominantes (…) convertir el odio e indignación en organización de la resistencia. Que todo Chile esté tapado con una sola consigna que demuestre la fuerza de la resistencia”. Urge una unidad política no solo institucional y partidista, sino también que trascienda estas esferas. Hay que entender, individual y colectivamente, el peso de la organización estudiantil, sindical y popular.
Es nuestro deber parar al fascismo desde la unidad del pueblo, nunca sin él. Ya que, ante este peligro, no caben las medias tintas. Hay que ser antifacista. De eso depende que no se repita la historia.
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