Por Ignacio Kokaly
No quería entregarle “municiones” a la oposición. Esa fue la excusa esgrimida por el exministro de salud, Jaime Mañalich, para negarse a entregar públicamente la información detallada sobre el manejo de la crisis.
Sin embargo, lejos de guardárselas, una por una las cargó en forma de fallidas propuestas gubernamentales y apuntó directo a la población antes de dejar el cargo definitivamente el fin de semana pasado.
Los datos y prospectivas son contundentes. Según versa parte de un análisis realizado por el Centro de Investigación Periodística, las determinaciones tomadas bajo la era Mañalich en el Ministerio de Salud y ejecutadas por el Gobierno en su conjunto, nos trajeron a un punto donde “terminar con el contagio nos tomará al menos el doble de tiempo de lo que le tomó a Italia, España o Alemania”, dicta parte del texto.
De igual forma, el fracaso se dio cuando de una vez por todas se supo que las herramientas y disposiciones para enfrentar la crisis estaban fallando; la movilidad en términos de viajes dentro de Santiago, según consigna el citado medio de investigación, requería de un 35% para hacerse efectiva, sin embargo, las cifras oficiales doblaban tal número, posicionándose por sobre el 70%. Mientras, el mecanismo de trazabilidad del Minsal estaba dejando fuera del monitoreo a más de 11 mil personas, imposibilitando el seguimiento a los casos positivos.
Todo lo anterior aderezado con altas dosis de autocomplacencia y una postura por parte de las autoridades tan ambigua que lucía bastante favorable al aumento de contagios. Y ese fue precisamente el tiro de gracia.
La mañana de este viernes, la vocera de Gobierno, Karla Rubilar negó tajantemente la afirmación de que en el Gobierno se hubiera barajado la opción de implementar la estrategia de “inmunidad de rebaño”. No obstante, la evidencia indica todo lo contrario. Sin ir más lejos, el propio Jaime Mañalich entregó, según consigna La Tercera, tres informes sobre la polémica determinación a Sebastián Piñera y a la propia Karla Rubilar.
En términos simples, la inmunidad de rebaño implica, contrario a mitigar el número de contagios, incrementarlos progresivamente para que la población genere anticuerpos al virus, sonando muy similar a lo espetado por la Subsecretaria de Salud, Paula Daza a mediados de abril cuando dijo que “tenemos que lograr que las personas se vayan enfermando progresivamente”.
Las críticas a dicho modelo de combate al Covid-19 son categóricas, por tratarse de un experimento en un contexto jamás antes visto, por la poca evidencia que existe sobre el desarrollo de inmunidad ante la enfermedad, y porque resulta totalmente antiético si se considera el alto costo en vidas humanas en lo relativo a los segmentos de la población más vulnerables al virus.
Todos los actos anteriores se vieron reflejados en laxas optativas para enfrentar, sin mucho esfuerzo, el avance del virus, como las fallidas cuarentenas dinámicas o el propuesto “carnet covid”.
Todo pareciera indicar que la intención de dicho modelo estuvo y que, al menos en una fase primitiva, se comenzó a testear en la práctica; las municiones de Mañalich habían sido disparadas, y los resultados los tenemos a la vista. Hace poco menos de una semana, Primera Línea Prensa elaboró un reportaje donde un jefe de una Unidad Crítica del Hospital Padre Hurtado le confiesa a su equipo que la infraestructura del hospital se ha hecho insuficiente, y que pronto tendrían que escoger qué pacientes permanecerán conectados a ventilación mecánica, es decir, quién vive y quién muere.
El colapso ya está aquí, y es un hecho. Las municiones de Mañalich y el Gobierno ya fueron disparadas. Entonces miras a tus abuelos, a tus padres que aún tienen que salir a trabajar, piensas en aquellos que más amas y que no puedes abrazar, y te preguntas si algún día llegarán a esa situación, y si llega, sabes que no estarás ahí, porque todo es privado y entre cuatro paredes, donde solo se admiten médicos, y ellos deben tomar la difícil decisión de si la persona seguirá respirando. Te preguntas qué clase de paciente serás tú mismo.
Cuando preguntamos a profesionales de la salud qué es lo que dice un paciente crítico con Covid-19 la respuesta fue inmediata: “nada”. Porque no pueden respirar, porque el oxígeno se hace más valioso que nunca, y los pulmones apenas alcanzan para prolongar tu vida un suspiro más. Hace mucho tiempo que esto dejó de parecer un error de planificación. Ahora, con 4.093 fallecidos, luce como un asesinato masivo, una masacre. Las soberbias determinaciones del Gobierno nos trajeron a un punto donde las consecuencias son irreversibles, plasmando un escenario muy similar al descrito en aquel cuento de Jacques Sternberg donde a un prisionero, condenado a muerte, le informan que será liberado porque el fin del mundo está cerca. En vista de ello, el ficticio Gobierno del relato comunica que en las afueras de la ciudad hay unos cohetes para sacar a la población del planeta, pero en lugar de abordar, el recién liberado personaje decide observar como una a una las personas suben a las naves. Se hace el conteo, pero no hay despegue. Hasta que finalmente un guardia le confiesa al ex reo que los cohetes nunca fueron concebidos para ser lanzados al espacio, sino para ser usados como cámaras de gas. ¿Qué clase de “cohetes” nos preparó este Gobierno con sus medidas?
Lo triste de todo es que no será Mañalich, Sebastián Piñera o sus ministros los que tengan que correr de un lado a otro en los pabellones de un hospital público viendo el resultado de sus decisiones, ni serán ellos los que tengan que comunicar a los familiares de algún fallecido por Covid-19 la terrible noticia. Solo verán cifras y números.
La pregunta no es cómo juzgará la historia a Piñera y sus secuaces por la gestión, sino quién juzgará a Piñera y a sus secuaces por la gestión antes de que todo esto sea historia; por haber disparado las municiones contra cada habitante de este país.