Joaco S.
Funcionario Público
El 3 de marzo del presente año, hace ya casi dos meses, se confirmó oficialmente el primer contagio de COVID-19 en Chile. De ahí en adelante, la amenaza de una nueva pandemia, esta vez mundial, ya se insertaba con fuerza en el país. El miedo generado por los efectos de esta enfermedad, profusamente difundidos por medios de comunicación masivos oficiales y no oficiales, además de una postura pasiva por parte del ejecutivo, dieron un contexto particular para que el terror a este “enemigo invisible” se expandiera por todos lados: Ya sea por un gobierno inoperante, por un sistema de salud que no dé el ancho o incluso por el pavor a la irresponsabilidad de la ciudadanía para enfrentar una pandemia de estas características.
Las políticas adoptadas por la administración de Piñera han seguido – con matices – los ejemplos de los mandatarios de Estados Unidos, Brasil e Inglaterra, la cual apuesta por no “detener la economía”, todos esgrimiendo que buscan “resguardar el empleo y la salud”, pues según dicen, es mejor que un “puñado” de personas pierdan la vida por una enfermedad, en vez de que muchos y muchas la pierdan por causa del hambre. Lo cierto cada Estado se juega cosas distintas en los contextos nacionales e internacionales, en el caso de las potencias económicas y militares, buscan no perder contra otras que le “hagan mella” en la distribución del mundo. En Chile, por supuesto, también hay elementos de los cuales la burguesía y quienes administran el Estado buscarán sacar provecho.
Durante las primeras semanas de la pandemia en Chile, todo hacía preveer que esto iba a contribuir la debacle del gobierno de un debilitado presidente de Chile-Vamos. No obstante, conforme han pasado las semanas, se puede apreciar que, tal como pregonan los “coaches del emprendimiento”, la derecha ha logrado ver en esta crisis una oportunidad de sacar réditos políticos de, al menos, mediano plazo.
Como es la tónica de la derecha criolla y de los sectores conservadores y recalcitrantes, los contextos de incertidumbre y miedo, son los que utilizan para implementar medidas que en este contexto poco contribuyen a la salud pública, pero mucho colaborarán para mantener el “orden público” y no detener la reproducción de las mercancías.
En el contexto de la revuelta popular de octubre, el gobierno buscó sin éxito instalar un discurso que versaba en torno a un “enemigo implacable” (enemigo interno); una debacle económica (fantasma de la cesantía y hambre) y una “ola delictiva” que atentaría fuertemente a la seguridad de la población. Estos argumentos, si bien tuvieron acogida en algunos sectores de la población (fundamentalmente conservadores y pinochetistas), fueron aplastados a la luz de lo masivo del apoyo a las movilizaciones, la actuación represiva que tuvieron los organismos del Estado y el actuar tambaleante de un gobierno que no logró convencer ni a los suyos. El discurso del terror que les fue útil en las elecciones (chilezuela) y también en el contexto de los últimos flujos migratorios en Chile, ahora vuelven (casi calcados), pero en un contexto muy diferente e incluso beneficioso para su instalación.
Estas ideas han tenido eco en la población, y las medidas restrictivas gozan de un respaldo impensado hace dos meses atrás. Sin embargo, el hecho de que se traspase parte importante de la responsabilidad al pueblo desde el punto de vista del distanciamiento social, el uso de mascarillas, lavado de manos, entre otras, indirectamente ha generado la sensación de que se hace necesario ser el gendarme del otre. Comenzará el odio al más precarizado, como si la razón principal de la propagación del virus la tuviera un obrero sin mascarilla en la calle, en vez la existencia de un transporte público inhumano o bien – ¿por qué no plantearlo? – el afán de los capitalistas por intervenir, sin ningún tipo de responsabilidad, el medio ambiente. Este tipo de enfermedades nos van a acompañar mientras no cese el frenético deseo por el crecimiento económico, el consumo y la acumulación de capital a costa de las vidas y recursos que existen en el planeta.
La personalización del enemigo estuvo centrada, en un primer momento fue hacia las familias “acomodadas”, sin embargo en la medida que avanzan los días, la paranoia se ha hecho parte de la cotidianidad, ahora el “enemigo poderoso implacable que no respeta nada ni nadie”, se personaliza en el vecino que no usa mascarilla para ir a comprar pan, en la joven que se sienta al lado en el transporte público o en el haitiano que estuvo en cuarentena y fue a hacer u trámite al centro de la ciudad, en definitiva hoy cada uno y una de nosotres puede ser el terrorista en potencia, el enemigo interno puede ser mi colega e incluso quien escribe.
La primera de las medidas de la administración de Piñera fue declarar un Estado de Catástrofe, razón por la cual se hace cada vez más “normal” ver a militares de las distintas ramas, junto a carabineros[1], fiscalizando en las calles del país, cuestión altamente compleja si es que consideramos al menos dos elementos: 1) Ninguna de las instituciones que componen las fuerzas de orden y seguridad en el país han demostrado contar con la preparación de hacerse cargo de dichas funciones, lo que ha quedado en masiva evidencia desde octubre de 2019 y 2) En un contexto de paranoia y temor colectivo, las instituciones represivas del Estado personalizarán en quien no cumple (o pareciera no cumplir) alguna de las normativas impuestas por el gobierno (central o local), al enemigo interno, y buscarán tratarlo como tal. Todo esto con la venia de importantes sectores de la población. ¿Cómo responderán ante convocatorias masivas, en el caso de que se comiencen a concretar?
El panorama, desde
el punto de vista de los Derechos Humanos, se ve poco alentador en la medida de
que se conjugan una serie de factores que dan “carta abierta” a una asonada
represiva que se mostrará como la principal fórmula empleada por la burguesía
para no dejar de acumular riquezas a costa de exponer a millones de familias
trabajadoras a condiciones que no cumplen los mínimos estándares de seguridad
en un contexto de pandemia. Sólo la solidaridad con las y los nuestros, además
de la organización de base podrá hacer frente a este contexto sumamente adverso
para la clase trabajadora, que es la verdadera cara de la “nueva normalidad” de Piñera.
[1] Con mejores implementos de seguridad que las y los funcionarios de la salud pública, dicho sea de paso.